Un satélite geoestacionario permanece fijo en el cielo, lo que permite apuntar sobre él las antenas parabólicas y seleccionar a uno de entre una constelación de ellos. Todos los satélites geoestacionarios están a una distancia de 35.748 km de la superficie terrestre porque es el punto donde se anulan la fuerza gravitatoria y la fuerza centrífuga que actúan sobre el satélite [26, 31].